Comentario
El sector septentrional, el más elevado, de la ciudad romana fue objeto, durante el último tercio del siglo I d. C., de una profunda transformación. Destinado, desde época republicana, a funciones de tipo militar, este sector urbano fue el elegido para la construcción de un gran complejo arquitectónico destinado a ser la sede del Concilium provinciae -el centro religioso, político y administrativo- de la Hispania Citerior. La materialización del proyecto, dos grandes terrazas completadas, poco más tarde, por el circo, conllevó una significativa variación de la topografía precedente, con importantes rebajes en unas zonas y considerables aportaciones de tierras en otras. A pesar de ello, se puede afirmar que, a excepción de la zona de contacto entre foro y circo, no hay evidencias de una actividad edilicia en este sector de la ciudad desde mediados del siglo II a. C.
En la parte más elevada de la colina se construyó una plaza (153 x 136 m), rodeada por pórticos y presidida por un templo provincial de culto imperial, del que sólo conocemos una serie de elementos del entablamento (friso y arquitrabe), fragmentos de columna y algunos pequeños fragmentos de capitel corintio. Entre todos estos elementos, ninguno de ellos hallado in situ, destaca el friso de guirnaldas y bucráneos con una serie de elementos rituales (apex, aspergillum y culter, birrete, salpicador y cuchillo) utilizados por los sacerdotes (flamines). El estado actual de la investigación no permite afirmar si este templo se hallaría integrado en el pórtico de fondo de la plaza, identificándose su cela con una sala en disposición axial, cuyos restos todavía se conservan, o si, por el contrario, sería una construcción exenta, ubicada en el centro del recinto.
Los pórticos que rodeaban esta área sacra por tres de sus lados tenían una anchura de 13 m, y en el muro de fondo de los mismos, en algunos sectores revestido de mármol, se abrían una serie de ventanas. Dichos pórticos estaban coronados por un ático en el que, siguiendo el modelo del foro de Augusto de Roma, se alternarían los clipei con cabezas de Júpiter-Amón y de Medusa con cariátides. La cantidad de fragmentos de clipeus hallados contrasta con la inexistencia de restos que puedan atribuirse a cariátides, por lo que es posible que estas figuras no formasen parte de la decoración arquitectónica del recinto de culto del foro tarraconense. Dos grandes exedras, probablemente con estatuas, se abrían en los dos extremos del pórtico de fondo.
La segunda terraza (318 x 175 m), situada a un nivel inferior pero siguiendo el mismo eje de simetría y estructuralmente ligada a la primera, estaba ocupada por una gran plaza rodeada por un triple pórtico que, al menos en los lados más pequeños, presentaba dos niveles de circulación. A un primer pórtico de 14 m de ancho que delimitaba la plaza por tres de sus lados, seguía un criptopórtico sobre el que se alzaba el segundo porticado. Buena parte de estas estructuras de los pórticos se conserva integrada en el interior de las construcciones de época medieval. El análisis de dichas estructuras pone en evidencia el uso de diversos esquemas constructivos en la edificación de los criptopórticos, en unos casos cubiertos por bóvedas de cañón, en opus caementicium, y en otros por estructuras adinteladas elaboradas con grandes sillares.
En el punto de conexión entre los pórticos y el circo, se levantaban dos grandes torres (actualmente Antigua Audiencia y Pretorio) cuya función era la de resolver, mediante un articulado sistema de escaleras, la comunicación entre el circo y los diversos pórticos de la plaza. Los accesos externos a este gran recinto forense se realizaban a través de puertas ubicadas en los lados menores, junto a las torres citadas.
El espacio central de la plaza, una gran superficie de unas 5 hectáreas, estaba articulada por una vía central que, en disposición axial, debía conectar el recinto de culto con el circo. Todo parece indicar que esta zona estaba exenta de construcciones y que, dada la existencia de un acueducto y diversas cisternas, debemos pensar en una serie de jardines que, al igual que en el coetáneo Templum Pacis de Roma, distribuirían este espacio, adornado con una serie de estatuas de las que sólo conocemos sus pedestales.
Las técnicas edilicias mayoritariamente documentadas en la construcción de este conjunto son el uso de grandes sillares (opus quadratum) para las estructuras portantes, reservando la utilización del mortero de cal (opus caementicium) para algunas cimentaciones y para estructuras secundarias como, por ejemplo, escaleras. Si bien disponemos de datos suficientes que documentan el uso de mármoles de gran calidad para ciertos elementos del conjunto, buena parte de los elementos arquitectónicos fue elaborada en piedra local a la que, probablemente, se embelleció con revestimientos de estuco.
A pesar de que la investigación de este conjunto haya avanzado de forma significativa en los últimos años, muchos son los problemas que quedan por resolver hasta poder determinar con precisión tanto las características de los diversos edificios como su función específica. La identificación de este recinto con el foro provincial no plantea ningún tipo de dudas, gracias a la aportación de la epigrafía. Ha llegado hasta nosotros gran cantidad de pedestales de estatuas, cuyo análisis ha permitido determinar a Géza Alföldy que desde la época flavia se dedicaron y colocaron estatuas a emperadores, a divinidades y, quizás, a algún gobernador provincial en el recinto de culto de la terraza superior. En la plaza de representación se colocaron, en cambio, estatuas dedicadas a personajes de rango senatorial, a sacerdotes provinciales y, en algunos casos, a caballeros romanos.
Las diversas excavaciones arqueológicas realizadas en este amplio sector de la ciudad permiten afirmar que la construcción del mismo debe situarse en los primeros años del reinado de Vespasiano. En el siglo V d. C., el foro provincial aparece ya completamente transformado; mientras en diversos sectores del mismo se documenta una serie de vertederos que ilustran su conversión en zona habitada, una inscripción imperial de León y Antemio (468-472 d. C.) permite pensar que, al menos en una parte de este amplio conjunto, seguía desarrollándose todavía una cierta actividad oficial.